Biblioteca Popular José A. Guisasola


Cuento » EL MENSAJE


Las invitaciones llegaron con varios días de anticipación. Como al pie llevaban la firma del Zorro, algunos al principio desconfiaron. Eran bien conocidas sus travesuras; se comentaban en rueda de familia, en la montaña, en el valle, en el río.

Aquellos que lo encontraron en su camino no conservaban recuerdos agradables. Al contrario. Habían sido burlados por don Juan el Zorro, amigo de armar pleitos y de tejer intrigas. Engañó al Ñandú y al Quirquincho, al Tigre y a la Iguana. Los que tuvieron la oportunidad de tratarlo salieron siempre perdiendo.

Don Juan el Zorro habla demasiado, y detrás de una sonrisa esconde los dientes.

Por eso, al principio se desconfiaba de la invitación. Pero al lado del nombre del Zorro estaba la firma del Buey. Era la mayor garantía de seguridad. Él es incapaz de intervenir en una mala acción. Sus virtudes son reconocidas. Es manso, justo. A su sombra juegan las Palomas y los Pájaros, y él se distrae y se alegra como un viejo abuelo. El Buey recién escribió su nombre después de meditarlo largamente. Antes de trazar su firma, breve y segura, tuvo que haber estado días y noches, solo, pensando, en el profundo silencio del campo. El Buey es así. El Zorro puede engañarlo. Le sobran recursos. Él ha de sufrir sin una queja, sin un lamento; pero jamás prestará su nombre para embaucar a sus hermanos. Y esto nadie lo pone en duda.

Las invitaciones que enviaron el Zorro y el Buey, decían: “Debemos reunirnos para tratar asuntos muy serios”. Nada más. Y señalaban el lugar y la hora de la cita.

Llegó el día de la reunión. El Zorro y el Buey ocupaban el centro; en torno de ellos los representantes de todos los animales formaban una rueda. Quietos, callados. Había demasiada curiosidad por conocer los asuntos que iban a tratarse.

Don Juan el Zorro comenzó su discurso.

—Hermanos —dijo—: no soy el indicado para presidir esta reunión. Bien lo sé. Entre los presentes hay quienes tienen más condiciones que yo para ocupar tan honrosa tribuna. Pero dejemos esto. No es momento de hacer elogios. Vamos a tratar ahora asuntos que nos interesan por igual. Vivimos haciéndonos la guerra. No conocemos la paz. Hablamos de amigos y enemigos, de fuertes y débiles. Atacamos y esperamos ser atacados.

El Zorro hizo una pausa. El Buey movió la pesada cabeza confirmando las palabras. Algunos Pájaros para oír mejor, se acercaron al Zorro.

El Pavo Real dijo a su vecino el Mono:

—Habla tan de prisa que no interpreto el discurso.

Iba a responder el Mono, y en ese instante el Zorro continuó:

—Sí, hermanos. Vivimos en un constante temor. No nos fiamos de nadie. Es así. Ahora mismo hay quien duda de la sinceridad de mis palabras. Hay quien me mira con rencor por alguna de esas travesuras mías que, indudablemente, nunca pasaron de travesuras. Verdad. He cometido varias, pero no miento si les aseguro que tengo cargos de conciencia.

Volvió a detenerse el Zorro. Esta vez el Buey no movió la cabeza. El Tigre arqueó una ceja, y el auditorio se miró con desconfianza.

El Pavo Real repitió a su vecino:

—Sigo sin entender.

Nuevamente el Zorro tomó la palabra:

—Es necesario que olvidemos viejas rencillas. Estamos en el mundo para amarnos, para ayudarnos los unos a los otros. ¿Por qué, entonces, tanta lucha? ¿Por qué esta guerra sin descanso? Perseguir al débil y huir del fuerte. Así vivimos: luchando, peleando siempre. No, hermanos. No. esto tiene que terminar, desaparecer. Todos tenemos derecho a vivir. Desde hoy acabarán las luchas. Llegarán los días de paz. Respetaremos al vecino y a su vez seremos respetados por él. Ya no habrá guerra entre nosotros.

El Tigre dio un paso al frente.

—Con permiso —dijo—. Para conseguir la paz es necesario eliminar al hombre.

Se aplaudieron las palabras del Tigre. Hubo una exclamación general:

—¡Guerra al hombre!

El Perro no demoró en acercarse al Tigre. Sabía que se jugaba el pellejo. Levantó la cabeza y dijo:

—Deseo que me escuchen. Ustedes no saben quién es el hombre. Mi frente y mi lomo conocen la caricia de su mano. Es mi amigo. Lo conozco bien. No en vano viví mis años a su lado acompañándolo. ¿Por qué no le hacemos llegar nuestro mensaje de paz? Va a recibirlo con gran alegría, con el corazón lleno de gozo.

El Tigre interrumpió al Perro.

—No, usted no conoce al hombre. Es egoísta y vanidoso. Se cree el rey de la creación.

Intervino la Lechuza:

—Será inútil toda alianza con el hombre. Es supersticioso. Dice que mi canto es un presagio de mal agüero. Hace leyendas.

El Asno agregó:

—Y fábulas.

Y dijo la Perdiz:

—Fabrica escopetas y municiones.

Y la Hormiga

—Y destruye nuestras casas.

El Perro se encontró solo. Todos se unían para eliminar al hombre. Cada uno exponía sus razones. Hablaron la Víbora, el Venado, el Oso, la Liebre. El Perro escuchaba en silencio. Comprendía que no se quejaban en vano. Quizás tenían razón. De pronto habló el Caballo:

—¡Qué poco conocen al hombre! —exclamó—. Lo he visto llorar por la muerte de un perro, por un buey herido, y le he visto arrancar una espina de la pata del puma…

—De algún puma doméstico —interrumpió el Puma presente.

—No —prosiguió el Caballo—, no era doméstico. Había caído cerca de un arroyo. Al ver llegar al hombre le mostró los dientes. Quería atacarlo. Le miró los ojos y se dio cuenta de que no estaba frente a un enemigo, y entonces comenzó a besarle las manos. ¡Las manos del hombre que le estaban arrancando una espina! ¡El hombre! ¡Si sabré yo quién es el hombre! Lo quiero y lo sigo. Mi cariño es hijo de su enorme ternura. Pero hay que convivir con él para llegar a conocerlo, a amarlo. Hay que sentir la caricia de su mano, de su voz. Yo que lo he llevado en largos viajes, que lo escuché llorar, cantar, reír, sé todo lo que guarda su corazón. ¡Con qué alegría escuchará nuestro mensaje de paz!

—Tiene razón —aprobó el Buey—. Debemos enviarle nuestro mensaje al hombre.

Lo mismo dijeron la Paloma, el Mono, el Cordero. La Lechuza y la Víbora seguían empeñadas en hacerle la guerra. Buscaban como aliados al Tigre, al Águila, al Gato Montés. Se discutió largamente. Por fin llegaron a un acuerdo. Las últimas palabras del Perro consiguieron convencer al auditorio.

El Buey volvió a repetir:

—Debemos enviarle nuestro mensaje al hombre.

Y el Zorro dijo:

—Así se hará. ¿Pero quién de nosotros le llevará el mensaje?



La dificultad del diálogo creaba el más serio inconveniente. Ninguno de ellos era capaz de transmitirlo. El hombre no llegaría a comprenderlo. Al principio se pensó en el Loro, en el Tordo; después en el Caballo, en el Perro, en el Mono.

La Víbora, con ironía, interrogó al Perro:

—Usted, que lo conoce tan bien, ¿quién cree que puede llevarle el mensaje?

El Perro meditó un largo rato y respondió:

—El Grillo.

—¿Y cómo? —preguntaron.

—Cantando —dijo el Perro.

Las miradas se volvieron al Grillo. Todos, a un mismo tiempo, le pidieron que cantara. Y el Grillo cantó. En su única cuerda llegaba a traducir el mensaje. Cantaba pensando en la paz, en la armonía del mundo, en una hermandad perfecta.

Indudablemente al hombre le sería fácil interpretarlo.

Y el Grillo quedó designado como el portador del mensaje de paz.

Y desde aquel día, hace muchos años, el Grillo canta. Canta afanosamente. En vano se pasa las noches cantando al pie de las ventanas, en la ribera de los ríos, en el campo, en los caminos, en las calles y en los jardines de las grandes ciudades.

Nadie comprende su mensaje. Canta, y seguirá cantando inútilmente.

Hay hombres que, a veces, se quedan en silencio escuchando la música. Presienten algo extraño, como un hondo y lejano llamado. Después sueñan otras voces que apagan la voz del Grillo. Y él continúa cantando. Canta hasta que llega el alba. Recién entonces se duerme, y sueña que al volver la noche, cuando callen los pájaros y tiemblen las primeras estrellas, los hombres comprenderán su mensaje.

Y así, todas las tardes, invariablemente, abre su caja de música.



FIN



Poesía y cuentos para chicos
Obras completas (Tomo II)
Javier Villafañe

Colección: Obras completas de Javier Villafañe
Formato: 140 x 220 mm
Encuadernación: Rústica
Páginas: 320
Editorial: Ediciones Colihue
Año de edición: 2009



Reseña:

Titiritero, poeta y narrador, Javier Villafañe dedicó a los niños, además del arte inigualable de sus títeres, un hermoso libro de versos, El gallo pinto -acompañado aquí por un par de composiciones hasta ahora dispersas, poco conocidas-, y un rico caudal de cuentos y leyendas, que en este libro se presentan reunidos por primera vez.
Integran el volumen, junto a las poesías, narraciones basadas en las experiencias del titiritero, ficciones que encarnan sueños y fantasías, relatos de animales y otros cuentos de origen popular, recreados con personal estilo, historias de entonación lírica y otras animadas por un vivaz acento humorístico.
La recopilación de esta obra poética y narrativa para los chicos permitirá apreciar mejor sus reconocidos valores, su arraigo en lo nacional y en lo universal, el original y enriquecedor modo de vincular muy a menudo en ella lo tradicional y lo personal, la evolución de la modalidad narrativa del autor a través del tiempo y las diversas formas que asume en sus páginas la bien lograda conjunción de realidad y fantasía.

"Desde hace muchos años, desde que el Grillo es grillo y el Sapo es sapo, el Grillo no siente por el Sapo ninguna simpatía; al contrario, no lo quiere. Y no lo quiere porque el primer grillo encontró la tumba en la boca abierta del primer sapo. Y fue así: andaba el primer sapo dando saltos sobre la hierba recién pintada de verde, latiéndole el pulso en la garganta y aprendiendo a cazar moscas, mosquitos, luciérnagas y otros volátiles afines. Por una casualidad pasó a su lado el primer grillo, que iba probando las antenas y buscando la noche para empezar a cantar. Y el primer sapo, que tenía la boca abierta, se lo tragó sin ninguna dificultad. Lo grave es que le gustó el bocado. Y a partir de ese instante los grillos subsiguientes rompieron la amistad con los sapos subsiguientes. Esto ocurrió mucho antes de que Noé saliera a seleccionar parejas para viajar en su arca de tres pisos que iba a navegar cuarenta días y cuarenta noches con viento favorable y el permiso de Dios. Y cuando el Sapo y la Sapa subían al arca, casi pisándoles los talones iban el Grillo y la Grilla. El Sapo dio vuelta la cabeza, miró hacia atrás y abrió la boca con ganas de comérselos. Noé se puso furioso y gritó: -Cerrá la boca, sapo ignorante y angurriento. ¿No te das cuenta, pedazo de bruto, de que esto es el diluvio? Aquí nadie se puede comer a nadie. Todos los que suban tienen que bajar como subieron. Y si alguno se come a otro, ¿quién me lo repone? El Sapo tragó saliva y cerró la boca. Y el Grillo, sin soltarle el brazo a la Grilla, entró en el arca de Noé muy pintiparado y silbando y desde entonces se hizo músico, violinista. Estas son historias muy viejas, más viejas que el estornudo." (Fragmento de "La fiesta del grillo").


INDICE


Javier Villafañe por Pablo Medina… (Pág. 7)
Prólogo por María de los Ángeles Serrano… (Pág. 19)
Las canciones… (Pág. 20)
Cuentos y leyendas… (Pág. 22)
Villafañe, recopilador de cuentos… (Pág. 25)
Nuevos relatos… (Pág. 28)
Esta edición… (Pág. 32)
Bibliografía… (Pág. 35)

LAS CANCIONES.

El Gallo Pinto… (Pág. 41)
Canción de los tres hermanos… (Pág. 43)
El sueño del niño negro… (Pág. 45)
Ronda del sapo y la rana… (Pág. 47)
Adivina adivinador… (Pág. 49)
Canción de los leñadores… (Pág. 51)
El viejo ratón… (Pág. 53)
Los cinco burritos… (Pág. 56)
Duérmete mi niño… (Pág. 58)
Pobre caballito… (Pág. 60)
Ronda de los cuatro vientos… (Pág. 62)
La niña y el ángel… (Pág. 67)

LOS CUENTOS
Maese Trotamundos… (Pág. 71)
El Marinero músico… (Pág. 77)
Patita… (Pág. 81)
Sansón… (Pág. 87)
El encuentro… (Pág. 91)
El mensaje… (Pág. 95)
Compañeros… (Pág. 101)
Las monedas de oro… (Pág. 107)
El juego del gallo ciego… (Pág. 113)
El diluvio. Un caso de don Juan el Zorro… (Pág. 119)
Recuerdo de un nacimiento… (Pág. 125)
Historia de dos osas y un oso… (Pág. 129)
Los sueños del sapo… (Pág. 133)
El caballo que perdió la cola… (Pág. 135)
La tijera que cortaba la tierra… (Pág. 139)
Dos cuentos de Pedro Urdemales… (Pág. 145)
La olla mágica… (Pág. 145)
El árbol de la fortuna… (Pág. 150)
El gallo de las veletas… (Pág. 155)
El caballo celoso… (Pág. 159)
La vuelta al mundo… (Pág. 189)
La fiesta del grillo… (Pág. 193)
El gato que quiso comerse la luna… (Pág. 195)
Cuento que se vuelve a contar… (Pág. 199)
El hombre que debía adivinarle la edad al diablo… (Pág. 205)
El tío Kive… (Pág. 211)
La honda y el violín… (Pág. 219)

LAS LEYENDAS
Leyenda del suindá… (Pág. 225)
Leyenda de las loicas… (Pág. 229)
El ñatiú y el tuyuyú… (Pág. 237)
El viaje de la virgen. Leyendas de la mula, la perdiz y el chajá… (Pág. 241)
Leyenda del lucero del alba… (Pág. 245)
Por qué el tordo no tiene nido… (Pág. 249)
Leyenda de la flor del lirolay… (Pág. 253)
Leyenda del chingolo… (Pág. 257)
Leyenda de la iguana… (Pág. 259)
Leyenda de la comadreja… (Pág. 261)
Juana las Doce… (Pág. 263)

CUENTOS CON PÁJAROS

Brasita de fuego… (Pág. 269)
Teru teru… (Pág. 273)
Chuña… (Pág. 279)
Tucán… (Pág. 281)
Tordo… (Pág. 287)
Caráu… (Pág. 293)
Carancho… (Pág. 297)
Lechuza de los campanarios… (Pág. 301)
Picaflor… (Pág. 305)
Ñandú… (Pág. 309)


Visto y leído en:

La página de Zapam Zucum. Coordina: Olga Montoya

Ilustración: TABARÉ, del libro "Los Sueños del sapo"

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