Biblioteca Popular José A. Guisasola




Una vez, a un rey
le regalaron un buey
a un doctor
un tambor
a un panadero
un sombrero
a un elefante
un guante
a un gato
un zapato
y a un ratón
un león.
El rey se fue con el buey
el doctor con el tambor
el panadero con el sombrero
el elefante con el guante
el gato con el zapato y el ratón
no sabía qué hacer con el león.
Y se preguntaba:
–¿Qué hago yo con un león?

Una mañana sonó el timbre en la cueva del ratón.

¡Trin! ¡Trin! ¡Trin!

El ratón abrió la puerta. Se encontró con un hombre de largos bigotes, sombrero de fieltro, botas y un látigo en la mano.

–Señor, ¿qué desea? –preguntó el ratón sin salir de la cueva.

–Soy el domador Teuco Porras –se presentó el hombre quitándose el sombrero de fieltro y agregó: –El dueño del circo más grande del mundo. Un servidor de usted, señor ratón.

–Pase –dijo el ratón.

–No puedo pasar. No entro por el agujero de una cueva –respondió el domador.

–Aquí, en mi casa, ha entrado un león –dijo el ratón.

–Un león tiene costillas elásticas –respondió el domador–. Salga.

Tengo que hablar con usted. Es muy importante.

El ratón salió de la cueva. Miró al domador. Lo miró de pies a cabeza. El dueño del circo más grande del mundo tenía botas, un cinturón de cuero, un chaleco a cuadros, un sombrero de fieltro en la mano derecha, un látigo en la mano izquierda, filosos bigotes de domador y un mechón de pelo sobre la frente.

–Hable –dijo el ratón.

–Vengo a comprarle el león –dijo el domador.

–No le puedo vender el león –respondió el ratón–, porque me lo regalaron. Fue un regalo. El rey no vendió el buey, ni el doctor el tambor, ni el panadero el sombrero, ni el elefante el guante, ni el gato el zapato. Por lo tanto, no le puedo vender el león.

–Entonces –dijo el domador–, ¿por qué usted no trabaja en mi circo con el león?

–¿Yo?

–Sí, usted.

–Y yo –preguntó humildemente el ratón–, ¿qué puedo hacer en su circo con mi león?


El domador se puso el látigo en la sien y pensó:

–Usted –respondió– puede ser el domador del león.

–¿Yo?

–Sí. Usted haría en mi circo el maravilloso espectáculo. “El ratón domador de un león”. Y va a ganar mucho dinero. Miles, centenares de miles. Millones. Va a ser el ratón más rico del mundo. Va a tener una carroza tirada por gatos de Angora. Va a tener quesos enormes con agujeros más grandes que su cueva. Una caña para pescar ballenas. Un cañón atómico para destruir ratoneras. Una radio portátil y tres televisores: uno para la mañana, otro para la tarde y otro para la noche. Va a tener luz eléctrica en los subterráneos de su mansión, ascensores, personal de servicio, aire acondicionado, música ambiental, teléfonos. Todo.


El domador se puso el sombrero de fieltro.

–¿Qué le parece?

–Me parece bien –respondió el ratón–. Acepto.

–Perfecto –dijo el domador y añadió: –Para ese espectáculo tan importante, usted tendrá que llevar una capa con lentejuelas y un bonete.

–¿Yo?

–Sí, usted. Pero no se preocupe. En mi circo hay sastres y sombrereros para osos, focas, monos, pulgas y camellos. Eso corre por mi cuenta.

Ahora quiero ver al león. ¿Puedo verlo?

–Sí, señor, ahora mismo.

El ratón abrió la puerta de la cueva. Silbó y salió el león. Un hermoso león. El domador, al verlo, dio un paso atrás. Hizo sonar el látigo en el aire. El león mostró los dientes.

–¡Cuidado! –dijo el ratón al domador–. Use el látigo como si fuera un bastón.


El domador bajó el látigo y lo apoyó en el suelo.

–Salúdelo –dijo el ratón al domador–. Dígale: “Buenas tardes, amigo mío”. Sonríale.

El domador sonrió. Se quitó el sombrero y le dijo al león:

–Buenas tardes, amigo mío.

El león respondió el saludo inclinando la cabeza.

–Es joven y bellísimo –dijo el domador al ratón–. Haremos un gran espectáculo. Será un éxito. Mañana, por la mañana, los espero en el circo.

Volvió a quitarse el sombrero y se despidió.

–Hasta mañana.

–Hasta mañana –respondió el ratón.

El domador se puso el sombrero y salió apoyándose en el látigo como si fuera un bastón.


Al día siguiente el ratón y el león fueron al circo. En el despacho del domador firmaron un contrato. Llegaron el sastre y el sombrerero. Traían un centímetro colgado del cuello, un lápiz y un cuaderno. El sastre y el sombrerero se arrodillaron. Tomaron las medidas de la cabeza, del pecho y de la cintura del ratón y las anotaron en el cuaderno.

Después el domador les mostró la pista del circo. Y señalando una jaula sobre cuatro ruedas le dijo al ratón:

–Esta es la jaula para el león. Hágalo pasar.



El león abrió la puerta de la jaula. Entró. Cerró la puerta y se sentó. El ratón dio un salto, pasó por entre los barrotes de la jaula y se sentó al lado del león.

–Yo me quedaré con él –dijo.

–Muy bien –respondió el domador–. Más tarde vendrán a probarle la capa y el bonete. Y a las doce en punto les servirán el almuerzo.
Usted, ¿qué desea comer?

–Queso. Con preferencia corteza de parmesano.

–¿Y el león?

–Gatos. Cuantos más gatos mejor.

–Perfecto –dijo el domador, y agregó: –Ensayen. El próximo domingo será el estreno.


Y llegó el domingo. Desde muy temprano un camión con un altoparlante salió a recorrer la ciudad. Se detenía en las esquinas para anunciar el espectáculo:

Hoy, en el circo más grande del mundo,
dos funciones: tarde y noche. Lo nunca visto:
un ratón domador de un león.

Se agotaron las localidades. No cabía ni un alfiler en los palcos, en las plateas, en las galerías.

Comenzó la función con la música de la banda. Después los payasos, el concierto del elefante pianista, osos y monos en bicicleta, equilibristas, trapecistas, focas bailarinas y como último número, el ratón y el león. El ratón llevaba un bonete y una capa con lentejuelas. Lucharon y cada vez que caía el león, el ratón lo abanicaba con la cola.

El espectáculo fue maravilloso. Aplausos en los palcos, en las plateas, en las galerías. El ratón saludó quitándose el bonete. Brillaban las lentejuelas de la capa. El león se arrodilló y la melena le cubrió los ojos.

Al día siguiente el domador le dijo al ratón:

–Lo felicito. Su número fue extraordinario. Un éxito total. Aquí tiene.

Y le dio varios billetes de cien, de mil y de cinco mil.

–Señor –dijo el ratón–, no quiero el dinero así. Déme monedas. Todos con monedas redondas y sonoras.

–¿Y para qué quiere tantas monedas?

–Para dejarlas debajo de la almohada donde los niños ponen sus dientes de leche.

El domador se quedó pensando y dijo:

–Cuando se cayó mi primer diente de leche, recuerdo que esa noche lo puse debajo de la almohada. Y al día siguiente, al despertar, encontré unas monedas. ¿Usted me dejó esas monedas?

–No señor; quizá fue mi abuelo.

Y aquí termina el cuento que empezaba así:

Una vez, a un rey
le regalaron un buey
a un doctor
un tambor
a un panadero
un sombrero
a un elefante
un guante
a un gato
un zapato
y a un ratón
un león.
Y se vuelve a contar:
Una vez…


FIN


Cuentos y teatro / Javier Villafañe; ilustrado por Enrique Alcatena.
- 1a ed. - Ciudad Autónoma de Buenos Aires: Eudeba; Organización de Estados Iberoamericanos para la Educación, la Ciencia y la Cultura, 2014. © Eudeba 2014. Libro de edición argentina. Diseño gráfico: Malena Cascioli


Visto y leído en:
EDAIC Varela (Equipo Distrital de Alfabetización Inicial y Continua)
Escuela Javier Villafane Cuentos para imaginar: Cuento que se vuelve a contar - Canal Pakapaka
http://portaldeldirector.org/_divi/wp-content/uploads/2016/03/Cuentos-y-teatro-COMPLETO-ilovepdf-compressed.pdf

"Argentina crece leyendo"


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